Por Mayor Humberto Aparicio Navia

Brigadier General Honorario

Jorge, curtido campesino vivía en armonía plena allá en un ranchito organizado entre montañas, rodeado de jardines y una acequia de cristalinas aguas, en compañía de Fanny mujer de pálida y cándida belleza, su adorada esposa, aquel nidito de amor se dibujaba desde la distancia regalando en las mañanas llenitas de sol las gracias del Señor.

Los días pasaban felíces entre el cantar del sinsonte y de las cigarras, en las noches les hacían compañía la luna y las estrellas, Bruno seguía los pasos a Jorge doquier en especial a las faenas del labrantío, su ladrar era señal de alerta o el paso de un anima en pena.

Al rayar el alba Jorge y Fanny iniciaban el cumplimiento del mandato divino cuidando las aves del corral, regando el jardín ella, mientras el solícito se dirigía a la labranza azadón al hombro y el zumbo con agua de panela para mitigar la sed, la vaquita “carinegra” le suministraba generosa su nutriente líquido.

Al caer la tarde Jorge regresaba sudoroso, se zambullía en el afluente, para disfrutar de la merienda en rústica mesa, en asocio de Fanny, bruno, el gato, los patos, las gallinas y sus polluelos.

Los domingos, solían atender el llamado a la oración de las distantes campanas, cumplido el precepto divino, en un lugar del mercado vendían el fruto de su labor y tras compartir con un grupo de amigos en la que no faltaban algunas copas, balbuceando alguna tonada regresaban al rancho.

Todo transcurría apacible y rutinariamente, hasta cuando un día, envidioso de tanta dicha y amor impertinente el destino llegó a tocar la puerta del ranchito y fue así que:

Fanny, un poco enferma siendo domingo, no pudo acompañar a Jorge quedándose en casa mientras el, cargada la mula, con su ajado sombrero se dirigió al pueblo en compañía de bruno.

Cruzaron el puente colgante sobre el río, en cuya profundidad apenas si se observaba el correr de sus nerviosas aguas, el ruido de la cascada aumentaba el esplendor de aquel pedazo de cielo.

Como de costumbre, Jorge se arrodilló ante el Señor, oró por su amada y atendió las ventas de su cosecha, compró el mercado y en compañía de algunos compadres bebió unos tragos al son de una canción recordatoria quizás de una ingrata

Cuando las sombras hacían presencia y la lluvia caía sin piedad, con caminar vacilante por efectos del licor inició su regreso al rancho. Al pasar el puente tatareando una vieja tonada, sus pies le fueron infieles resbaló cayendo al vacío recibiéndolo en sus profundidades el remolino del río, Bruno no vaciló en seguirlo. Sólo la mula continuó su tradicional viaje un corte envuelto en papel regalo sobresalía de la carga.

Las horas habían pasado, Fanny ardía en fiebre y al notar la ausencia de Jorge, a pesar de su estado cual demente corrió por aquellas soledades llamando con gritos a Jorge, pero un mudo silencio fue su única respuesta. Ya en casa meditó muy sola llena de celos: “lo odio, debe de estar en brazos de otra, me es infiel” el sueño la dominó.

Al día siguiente madrugó cumplió con los menesteres del caso y casi volando separando los ramajes del sendero jadeante llegó hasta el fatídico lugar; cual no sería su asombro al contemplar un ramo de flores sobre el puente y unas aves negras sobrevolando la hondonada.

Pero hubo algo peor, al divisar los cuerpos sobreaguando de Jorge y el perro sin pensarlo un segundo aferrando el ramillete se lanzó al vacío.