FUENTE: CT (RP) Bernardo Molina Otalora – Administrador Policial

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Tras los atentados terroristas del 11-S en los que murieron más de 2.977 personas en Estados Unidos, se observa con indignación moral y una búsqueda de seguridad enmarcada en el “Nunca más…”, se arruino de forma efectiva durante las dos décadas siguientes, al tiempo que se creaba enemigos en todo el mundo y desperdiciaba una generación de ventaja militar y tecnológica mientras su rival geopolítico, la República Popular China (RPC), se alzaba a la sombra de su distracción.

La respuesta de Israel a los ataques de Hamas no puede ser menos que total, pero es vital que sea inteligente.

El dilema tanto para la respuesta estadounidense al 11-S como para la respuesta israelí a Hamas es el mismo: el apaciguamiento alimenta a los enemigos e invita a la agresión. Sin embargo, las respuestas militares corren el riesgo de multiplicar los enemigos.

Los terroristas llevan mucho tiempo utilizando la violencia, no para derrocar directamente al gobierno, sino para intensificar el conflicto, radicalizar el ambiente y provocar al Estado para que emprenda acciones que agoten su tesoro y pongan a su propia sociedad en su contra.

En ese sentido, podría decirse que el grupo terrorista Al Qaeda tuvo mucho éxito al provocar a Estados Unidos para que emprendiera una campaña militar que provocó percepciones antiestadounidenses entre las víctimas colaterales y quienes veían la cobertura de Al Yazeera, más rápido de lo que cualquier ataque con aviones no tripulados podría acabar con enemigos individuales.

En el proceso, esas guerras prolongadas polarizaron Oriente Medio en beneficio de los extremistas.

Con Hamas, al igual que con Al Qaeda, la amplia planificación, los recursos y el secretismo que implican los ataques coordinados a gran escala por aire, tierra y mar contra Israel sugieren que su objetivo estratégico era principalmente provocar; mediante la escala y el salvajismo de sus asesinatos, Hamas y quienes están detrás de él pretendían provocar una respuesta israelí tan severa que polarizara la región, eliminando el término medio de quienes toleran a Israel y colaboran con él, al tiempo que arrastraban a las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) a una campaña prolongada y, en última instancia, imposible de ganar contra enemigos que proliferaban entre los gobiernos y las poblaciones del mundo musulmán.

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